El reloj de péndulo en la sala dio 11 campanadas. Un enorme candelabro de cristal veneciano iluminaba la sala entera. Aunque afuera el viento soplaba inclemente y los alrededores de la hacienda tenían un aspecto lúgubre, dentro de la casa había un ambiente de particular algarabía. Ya los músicos habían tocado durante la velada su repertorio de valses, corridos, polkas y huapangos. A petición de muchos, habían tocado 3 veces seguidas "El Ayancual", polka muy popular en aquella época.
De pie en lo alto de la escalera, altiva como siempre, Úrsula Galván pasaba revista a las personas presentes en el evento. Había vuelto de una estancia de más de 6 meses en Europa, y el viaje en el vapor la había dejado agotada. Sin embargo, al ver una enorme manta extendida en el vestíbulo con la leyenda "Por ti, Úrsula", su ya de por sí muy inflamado ego adquirió proporciones dantescas. No estaba sola, la acompañaba su nuevo amante, un naviero sueco que no hablaba español, chapuceaba en francés y cuyo inglés era ininteligible. Úrsula encontró muy conveniente comunicarse con él por lenguaje de manos, del cual ambos tenían conocimientos.
Mujer férrea, inescrupulosa y por lo mismo autoritaria y ambiciosa, había logrado hacerse con el tiempo, de más de la mitad de las tierras del estado. Las cabezas de ganado de su propiedad se contaban por miles. Y no le temblaba la mano al momento de hacer valer la ley que imperaba en esa región: la suya. Ya se tratase de reses, tierras, mansiones u hombres. Lo que se proponía obtener lo conseguía, no importando sobre quién tenía que pasar.
Trató de ubicar quiénes eran los invitados pero se trataba de un baile de máscaras. Sin embargo, le llamó la atención que dos personas no las llevaran. Una de ellas era Carmelita Saldívar, esposa del dueño de la fábrica de puros más grande de la región (quien, dicho sea de paso, fue su amante). También estaba Braulia Camarillo y Almudena, por quien siempre sintió una abierta antipatía y quien en ese momento se hallaba retocándose el maquillaje. “Y en público, como la mujerzuela que es” pensó Úrsula al verla aplicándose el rímel, un nuevo cosmético que apenas había sido inventado unos años atrás.
Al bajar la escalinata sintió un olor particularmente desagradable. Sin embargo, prefirió pasarlo por alto, dado que le causaba más desagrado tener que saludar de beso a Carmelita y a Braulia, quienes ya estaban junto a ella. Después de los besos y abrazos ceremoniosos las tres sacaron sus abanicos y se hizo una especie de silencio incómodo.
-¿Y qué tal Europa, querida?-preguntaba Carmelita mientras tomaba del mesero una copa de champagne.
-No es de tu incumbencia. Pero he de decirte que los franceses son cada vez mejores amantes-fue la respuesta de Úrsula.
-Claro, no te basta con haberte revolcado con mi marido....
-Porque tú nunca lo has dejado satisfecho, mustia!!!
Braulia no pudo menos que reir a carcajadas por la situación. Cosa que irritó sobremanera a Úrsula.
-¿Soy acaso alguna maldita payasa?- increpó.
Si las miradas mataran, Braulia habría caído acribillada en ese momento. Pero para cabrona, cabrona y media.
-No, mi cielo santo. Hasta para ser payasa se requiere de escuela. Cosa que tú no alcanzaste.
-Bueno, ¿es que hemos de estar discutiendo todo el tiempo? ¿Por qué no podemos llevarnos como antes?- fue la queja de Carmelita.
-¡NADA podrá ser como antes!-fue la respuesta de Úrsula.
La orquesta cambió repentinamente su repertorio y comenzó a tocar un tango: "La morocha". Úrsula hizo una seña a Braulia:
-Ahí está, música de prostíbulo. ¡Seguro que te han de salir magistrales los pasos!
-A más de una, si es que a putas te refieres....respondió aquella maliciosamente.
-¿Y quiénes son todas estas personas? No logro ubicarlas...
-Son invitados que vinieron gustosos al saber que se trataba de algo en lo que estarías presente...fue la respuesta de Carmelita. Su rostro, a la luz de las velas, tenía un semblante poco sano que perturbó ligeramente a Úrsula.
Aunque observaba que los invitados conversaban animadamente unos con otros, y que otros tantos bailaban al son de los músicos, había algo en el ambiente que no le permitía sentirse totalmente a gusto. Sólo atinó a comentar:
-Esta gentuza luce muy animada!!!
La respuesta de Braulia la desconcertó:
-Tomando en cuenta que nos mataste a todos, cabrona!!!
De súbito, las máscaras de los asistentes cayeron al unísono al suelo, dejando ver primero sus sonrisas, que después se fueron transformando en terribles muecas. Sus rostros empezaron a desfigurarse, a la par de que, en forma de corro, iban rodeando cada vez más estrechamente a Úrsula. Sí, ahora los identificababa. Algunos acribillados, otros asesinados ex profeso por órdenes suyas, otros envenenados y otras tantas personas que sucumbieron ante los maleficios de negra a los que tanto era afecta conjurar. Sí, ella había tenido que ver con la muerte de todos y cada uno de los presentes en esa fiesta.
Varios pares de manos frías y cubiertas de una especie de sudor pegajoso la sujetaron firmemente. Gritó pidiendo ayuda. Volteó en todas direcciones en busca de su amante sueco, esperando que fungiera como héroe, que sacase su revólver y los acribillara a todos. Momento....¿de qué serviría? ¡Ya estaban muertos! Gritó aun más fuerte, llamando a su amante. Grande fue su sorpresa cuando uno de los asistentes la sujetó de los cabellos y le hizo levantar la mirada, para encontrarse con el cuerpo inerte del sueco colgando del candelabro.
De inmediato ubicó todo. Aquello no era una celebración en su honor, venían a pedir su alma. No había fiesta fastuosa porque la hacienda llevaba mucho tiempo en decadencia. Y su lujoso vestido no era más que los harapos que llevaba desde que había perdido la cordura semanas atrás, cuando hasta sus criados la abandonaron al ver sus crecientes desvaríos. Y aquello no era realidad…era sólo un sueño.
Despertó violentamente, con un grito desgarrador. Miró a su alrededor. Oscuridad completa. Se hallaba dentro de su dormitorio. La respiración agitada. La pesadilla la había sacado de su locura momentánea. Se hallaba cuerda, al fin. Sola. Trémula, encendió la lámpara de cabecera.
Una sensación de estremecimiento cada vez más intenso invadió su cuerpo. Las paredes del cuarto empezaron a trepidar, a la par que el ambiente se enfriaba y el aire se enrarecía. Una suerte de arpegio infernal comenzó a oírse en la habitación, primero tenue y después más claro, hasta volverse ensordecedor. Los cuadros en las paredes adquirieron aspectos siniestros, el candelabro cayó del techo y los sillones y mesas cambiaban de sitio frenéticamente. Sintióse atraída por una especie de vórtice proveniente del espejo de cuerpo completo de la habitación. En tanto que escuchó un estruendo de cristales rotos y veía estupefacta a un enorme macho cabrío negro irrumpir en la pieza, erguirse como persona y pronunciar sentenciosamente con voz cavernosa:
-LLEGÓ TU HORA!!!
Un grito que pugnaba por salir de su garganta quedó sólo en intento. Sintió que el vórtice del espejo la atraía aun más, en tanto que una enorme mano invisible oprimía su pecho como si quisiese arrancarle el corazón de un solo jalón. Más vidrios rotos, más objetos cayendo, más utensilios que volaban por los aires. Finalmente cayó al suelo y simplemente no supo más.
Amanecía. Aullidos lejanos de coyotes daban la bienvenida al nuevo día. La débil luz solar incidente comenzó a filtrarse entre las cortinas de la casa. Las notas de un vals de Strauss, "Mephistos Höllenrufe", eran ejecutadas en el piano de la sala. Curioso, dado que desde hacía varias horas no había un solo vivo dentro de esa casa….