Cuando el búho canta
Pero yo sí hablo portugués. De todas formas, a ninguno de nostros nos importa. Mañana, cuando todo esté terminado, no importará en que puto idioma nos tronamos a la rubia. Carlo, ligeramente mojado en sudor, voltea a ver al búho. Nos va a cargar la chingada, musitó Carlo. Nos va a cargar la chingada, repitió el búho.
A mi me pasa lo mismo que a usted, canta Eugenia León en el estereo de Carlo. Será porque lo mismo nos pasa a los tres. Mañana nos veremos los cuatro: Carlo, Cenizas, el búho y yo. Carlo y Cenizas desonfiarán de todos. Yo iré confiado en que no me toca morir y el búho, bueno, el búho no sabemos. Lo único que sabemos es que es un búho que habla y escucharlo hablar ya se nos hace tan común como respirar. Aunque claro, no entendemos por qué putas madres casi siempre sólo repite lo que decimos. O lo que pensamos. Mientras, nos toca organizar la muerte de la rubia. ¿Por qué Dios o el Diablo ponen la vida de una mujer en las manos de tres hombres y un ave? ¿No se supone que esté en las manos de ellos? ¿O por lo menos en las manos de ella misma? Lo que sabemos es que Carlo nos trajo el trabajo. Y sabemos que nos toca ejecutarlo, porque el búho está siempre atento a lo que hagamos. Y todos creemos que es el encargado de vigilarnos. Creemos, pero no sabemos. Ya Cenizas y Carlo han intentado atrapar al búho, pero es imposible. Nunca duerme, siempre está alerta. A puta que parió, ha dicho decenas de veces Cinzas, Cenizas, cuando no logra atrapar al búho.
Es cuestión de horas que todo termine, pienso. Todo termina, dice el búho. Reviso el arma, la sopeso. Las armas se sienten más pesadas de lo que son cuando cargan un muerto desde antes. Cenizas ha salido a la calle. Son más de las cuatro de la mañana y el silencio me envuelve, amenazador. Siento un temblor, uno ligero, en la mano derecha. Te veo a las 5:30, le digo a Carlo y salgo a la oscuridad. El búho me sigue. Seguro sabe que yo no intentaré matarlo. La calle es la penumbra, el sereno camino hacia la muerte.
Camino durante más de una hora y me detengo frente a la entrada de la casa de la rubia. Creería que ya viví esto. Mientras espero, escucho a lo lejos, apagados, unos acordes de La gota fría. A los pocos minutos, veo las siluetas ya conocidas aproximarse. Es mi señal para forzar la puerta de la entrada. Atravieso el jardín completamente a oscuras. Siento al búho volar por encima de mi cabeza. Dice algo que no entiendo. Abro la puerta principal y me dirijo hacia la habitación. Un hilo de luz se filtra por debajo de la puerta. Es muy fácil saber cuando alguien va a morir, se siente en el aire. Preferiría disparar a través de la puerta y terminar con todo, pero tengo que entrar, asegurarme de terminarlo, saber que la rubia está del otro lado de la puerta y encargarme de ponerle una bala en la cabeza. De pronto se escucha un sonido dentro de la habitación. Es la melodía de La vie en rose. Supongo que es una alarma. Claro, son las 6 de la mañana, ya debería de estar adentro. Alguien ha silenciado la alarma. La rubia está despierta, eso era claro. Siento un ligero temblor en la mano derecha. Siento que ya lo viví. Aviento la puerta con el pie. La rubia está de perfil a mi, poniéndose rímel en las pestañas, serena. Sereno es el camino. Te habías tardado, dice con la mirada fija en el espejo. ¿Sabías que vendría? pregunto. Sabía que vendrían todos, contesta. Las siluetas de Cenizas y Carlo aparecen en la puerta de la habitación que da al jardín. El búho se a posado en un perchero. Sabíamos que vendrías. Era inevitable. Entonces voltea y me mira con su horrible cara de búho. Y Carlo y Cenizas salen de la oscuridad con sus ojos de búho mirádome. Disparo y vuelvo a disparar a los cuerpos en el suelo, pero ya están muertos. Y los tres toman mi alma con sus garras y un cuerpo cae entre los cuerpos sangrantes. Quiero gritar, pero no puedo. Sólo escucho que el búho repite: era inevitable.