Cáncer cervicouterino terminal. Eso era lo que el médico había diagnosticado a la paciente del cuarto 23 de ese mísero hospital de provincia. No había más posibilidades de recuperación. Acostada en la cama, rodeada de tubos y perforada por agujas, la chamana languidecía paulatinamente. Su aspecto poco hacía pensar que se trataba de una figura de autoridad en su comunidad y una de las causas de bonanza económica del pueblo. Pocas personas la visitaban. La mayor parte del tiempo permanecía inconsciente, ajena al mundo. La enfermera de turno entró a lavar a la enferma y cambiar sábanas. Brusca, sin la más leve consideración. Hizo un gesto de desagrado ante el olor que se iba acrecentando con los días, conforme el mal avanzaba. Estaba tan concentrada en su ofuscación que no percibió el leve zumbido de los colibríes que revoloteaban alrededor de la cama. Tampoco notó las relucientes patas de oro de la misma. Mucho menos logró ver los cientos y cientos de flores que brotaban del cuerpo de la sabia anciana. Un quetzal resplandeciente observaba desde la cabecera de la cama. Esperando. Los niños santos la miraban desde el otro lado del umbral. Indicándole el camino que debía seguir. Sólo tenía que dejarse ir, liberarse. Llegó la noche. Al amanecer, la enfermera brusca regresó a la habitación para checar a la enferma. Un cuerpo lánguido yacía entre sábanas del algodón más fino y las orquídeas más hermosas. Pero esto tampoco lo vio esa mujer mundana. Sólo anotó "hora de deceso: 7:00 a.M." El sol empezaba a alumbrar aquel pueblito de la sierra. Un hálito etéreo flotaba sobre la habitación. El quetzal lo absorbió. Y sólo hasta entonces emprendió el vuelo, libre, hacia las montañas.
De pie en el palco del palacio, contemplando los jardines del mismo y la ciudad a sus pies, el viejo dictador medita. Toda una vida dedicada al genocidio, a hacer del país lo que su voluntad (o capricho) mandaba. Hoy es su onomástico. Grandes mantas llenan la ciudad con su imagen y la utopía de un patriarca amado por su pueblo. Ha llegado a los 80 años con una lucidez asombrosa y una fortaleza proverbial. Y no se ve para cuándo abandone el mando. Ni el mundo. Observando la ciudad a sus pies, sonríe con satisfacción. El fin justificó los medios...Y mientras la fastuosa celebración se llevaba a cabo en los jardines y salones del palacio, afuera el pueblo pertrechado se preparaba para tomar por asalto el edificio y cobrar venganza por los agravios cometidos. Sería cuestión de tiempo.
-¡Qué bonita es usted, señora! Y muchas gracias por estos panecillos. Mis favoritos son los de avena con chispas de chocolate. El doctor dice que no los puedo comer por tanta azúcar. Pero no me importa, me como unos a escondidas. Es usted muy bondadosa. ¡Y qué bonitos sus hijos! Y sobre todo, muy bien educados. En estos tiempos hay muchos niños malcriados. No quite el dedo del renglón, tiene que seguir educándolos. ¿Y ese ramo de flores? ¿¿¡¡¡Para mí!!!?? No se hubiese molestado, señora. Es usted muy bondadosa con esta pobre vieja. Ojalá y más personas en el mundo fuesen como usted, que no se olvida de los ancianos....Y a todo esto...¿cómo se llama?
-Laura...me llamo Laura, señora...-dijo ella sonriendo, aunque tenía un nudo en la garganta y los ojos ligeramente llorosos por las palabras que tenía en mente y no podía hacer salir: ..y soy tu hija...¿no lo recuerdas?
Mientras la pedicurista se afanaba en hacer un buen trabajo, Luis (el estilista de cabecera) aplicaba shampoo en el cabello de doña Martha. Como regalo de cumpleaños, su sobrina Lea había ido por ella al apartamento en el que se recluyó desde su viudez y habían pasado un buen día en las tiendas del centro comercial. Doña Martha escogió un perfume con esencia de ylang-ylang "Es que me recuerda el perfume que me regaló tu tío cuando se me declaró" le había confesado. Ahora estaban en el salón de belleza. Doña Martha estaba lo más de relajada y contenta por el trato que estaba recibiendo. La pedicurista anunció que había concluido con su trabajo y que ahora le tocaba el turno a las uñas de las manos. "¿Tienes un catálogo de esmaltes? ¿qué es lo que está de moda ahora? Quiero algo que nadie más use". La empleada le mostró pacientemente los colores y combinaciones disponibles. Después de checar cada uno de ellos, se decidió por el que le pareció más elegante.
Aplicando tijeretazos con calculada destreza, Luis le daba forma a esa cabellera plateada. Procedió a aplicar el tinte elegido por su clienta. A peinar. Aquí, allá. Rociando con spray donde fuese necesario. Al terminar, le dio un espejo para que se pudiese observar mejor. Doña Martha sonrió, contenta con el resultado. Seguía siendo hermosa no importando las arrugas, los anteojos y la dentadura postiza. No importando sus desaparecidos atributos juveniles, mártires de la gravedad.
Esa tarde, de regreso al asilo, doña Martha no cesó de contemplarse en el espejo retrovisor del vehículo. Miraba sus uñas esmaltadas. Aspiraba el aroma de su perfume de ylang-ylang. Y se vio nuevamente de 20 años. Con todos los recuerdos de esa época. Al llegar al edificio de apartamentos, el guardia de seguridad en turno simplemente exclamó:
-...Pero doña Martha!!! Luce usted absolutamente hermosa!!!