Detector de mentiras
No digo que no exista la malicia por acá. La hay, y de qué manera, pero con toda confianza les puedo decir que me he encontrado mucho menos gente desconfiada y mucho menos gente maliciosa por estas tierras gringas.
Ahora bien, el hecho de que haya bajado la guardia, no significa que haya desactivado mi ¨detector de mentiras¨ integrado. Estoy siempre al pendiente y cuando algo no me cuadra, casi casi puedo ver una lucecita roja que se me prende flasheando dentro de mi cabecita. Sin albures, por favor.
¿Todo esto a qué viene? se preguntarán. Pues que me tocó la suerte de tener por novio a uno de los hombres más nobles que hay sobre la tierra (mexicano, por cierto), que le vino a poner en la madre a mi detector de mentiras. Y digo que le vino a poner en la madre a mi detector de mentiras porque mi novio, de nombre Joel, no piensa en cómo se pueden interpretar sus acciones y muchas veces me ha mandado señales equivocadas. Dejen, les cuento del rollito que se desató una vez.
Cuando recién comenzamos a andar, una noche, llegó Joel un poco tarde del trabajo. No era demasiado tarde como para preocuparse, pero sí era tarde. Su hora de salida no era constante, así que no pensé nada raro. El problema inició cuando Joel, llegó directo a abrazarme y a decirme ¨perdón, perdón¨. En ese momento, la alerta máxima comenzó a sonar a todo volumen. ¨Perdón ¿de qué?¨ Me dije. ¨¿Qué habría hecho para llegar a disculparse así de efusivamente?¨
Joel procedió a contarme una historia en la que resultaba que una compañera de trabajo que había salido más temprano que él le había pedido que fuera a alcanzarla a unas cuadras del lugar donde trabajaban porque había un retén y estaban parando a la gente que no traía licencia.
Ella no llevaba licencia de manejo y Joel sí tenía licencia. Le había pedido de favor, entonces, que fuera a alcanzarla para que él manejara y no le quitaran el coche o le pusieran una multa a ella. Después de eso, al parecer había otra persona que tampoco tenía licencia todavía en el lugar donde trabajaba y tuvo que recomendarle una ruta alterna y como el compañero no entendía la ruta alterna, le dijo que lo siguiera y por eso se había tardado tanto en llegar.
Mientras él me contaba todo esto yo sólo pensaba:
1) Explicación dada y no pedida, justificación manifiesta.
2) ¿Por qué tenía que pedir perdón? No había llegado tan tarde.
3) ¿Por qué, de entre todos los trabajadores, tenía que ser precisamente él el que le ayudara a estas dos personas? ¿No había nadie más que pudiera salir al rescate?
Algo no cuadraba, pero yo ya sentía conocer a Joel bastante bien, y tampoco cuadraba que él estuviera mintiendo. Decidí que mis sentimientos tomaran las riendas, pero al mismo tiempo le hice saber lo que pensaba.
Le expliqué que por ser quien era, iba a decidir creerle, pero que su historia sonaba muy rara y que mi intuición me decía que no le creyera. Le pedí que me diera tiempo para poder procesar lo que parecía mentira y creérmela, porque aunque sonara raro, no podía ser mentira si venía de él, aunque de boca de cualquier otro ex mío, habría sido una mentira segura.
Tengo que reconocer que si bien, estaba siendo honesto y de verdad pensaba esto, mi mensaje para él era doble: 1) quiero creerte, dame tiempo, y 2) si no es cierto, no soy pendejo. Sí caché la mentira, pero la responsabilidad de haber mentido (si fuera el caso) va a quedar en ti.
Joel se ofendió. Para él, mi ¨dame tiempo para creerte¨ no era suficiente. Desde su punto de vista, él había hecho dos buenas acciones que quizás se debería de haber callado precisamente porque las buenas acciones no son para estarse anunciando. Le entristecía que el haber sido completamente honesto conmigo hubiera causado problemas.
Yo le explicaba que no me molestaba la mentira o la verdad, sino lo rara que sonaba su verdad y la manera tan rara en la que me la había contado. Tan rara era, que tenía todas las características de una justificación, y una mala justificación.
El conflicto no pasó de eso. Al paso de los días las cosas se olvidaron.
Aproximadamente un año después, fuimos a comer con algunas amigas de Joel y entre la plática, la amiga de la anécdota aquella dijo ¨ay, sí, pinche Joel, como aquella noche que casi me llevan al bote. Si no has llegado con tu licencia, me carga el payaso¨. Yo sólo volteé a ver a Joel y dije... para mí mismo... aquí está la prueba de que sí había dicho la verdad. Joel no tiene la malicia como para orquestar que la amiga, después de un año, en un evento no relacionado, saque a relucir la prueba de que lo que había dicho era cierto. La historia cuadraba y confirmaba una vez más que por más extraño que suene lo que me diga Joel, es cierto. Él jamás me mentiría.
Pero él es la única persona a la que le creo TODO. Cualquier otra persona que me diga algo tantito extraño, lo paso al archivo de mentiras, y normalmente estoy en lo correcto. Decía mi bisabuela: ¨piensa mal y acertarás¨. Y desgraciadamente el 99% de las veces, ésa es la ruta correcta para interpretar los argumentos raros. Al menos, ésa ha sido mi experiencia.