Si lloras, no manejes.
Nunca tuve novia cuando era niño. Hubo varias niñas que me gustaron, pero con ninguna pasó nada. Pienso que yo subconscientemente me programaba para que no sucediera nada.
Ejemplo:
El último año de primaria me enamoré platónicamente de una niña que tenía fama de ¨puta¨ porque era bonita y había besado aparentemente a todos los niños del salón menos a mí y a otros dos o tres que yo creo que ni su madre los besaría.
Un día me preguntaron quién me gustaba y dije que ella. Resulta que yo también le gustaba. Lo supe porque una amiga suya me escuchó decirlo y se emocionó.
Al saber que era posible que anduviera con ella, me llené de pánico. ¿Cómo era posible que yo, YO, le gustara? Por dentro yo pensé, pues claro, si a ella le gustan todos y besa a todo mundo... pero me dio miedo.
Yo no la quería besar. No sabía por qué. ¡Era una puta! Sí, era por eso. Por eso no quería besarla. Sus amigas me vieron y fueron detrás de mí corriendo para sacarme la verdad; para confirmar que de verdad me gustaba y que íbamos a ser la parejita del salón.
Cuando me alcanzaron me sentí tan amenazado que al momento que me preguntaron si ella me gustaba dije que no. Que estaba muy fea. Que había mentido. Que estaba bromeando cuando había dicho que me gustaba.
Me sentí desnudo y exhibido. Las niñas reaccionaron con desilusión y desprecio. Me dejaron ir como se tira a la basura la envoltura de un kínder sorpresa cuyo juguete ya tienes y odias.
Otro auto-sabotaje ocurrió en la secundaria. Creo que en primero de secundaria, me acerqué a la niña que me gustaba a decirle, sin más ni más, que si quería ser mi novia. Sabía que al acercármele así me iba a decir que no. Me dijo: ¨déjame pensarlo¨ y casi se me caen los pantalones.
En menos de una milésima de segundo pasó por mi mente todo lo siguiente: ¿Y si después de pensarlo dice que sí? ¿Qué diablos voy a hacer? No quiero besarla. No quiero abrazarla. Es mucho más alta que yo. Nos veríamos muy raros juntos. No tengo dinero para invitarla al cine. No sé qué hacer si un día quiere salir a algún lado. Aborten la misión. Aborten la misión. Y aborté la misión. Dije con una sonrisa estupidísima: ¨Estaba bromeando¨.
Al parecer, después procuré ¨enamorarme¨ de niñas que tenían novio o que eran más amigas que otra cosa. Lo repito. Nunca tuve novia. Yo pensaba que sí trataba de tener novia. Hoy sé que subconscientemente, yo mismo bloqueaba todas las posibilidades.
Al mismo tiempo, hubo varios niños que me gustaban. Cuando era pequeño pensaba que era envidia lo que me causaban. Pensaba que en realidad yo podía ver que ellos eran lindos y que yo quería ser como ellos. No... hoy sé que no. Hoy sé que me gustaban.
En la secundaria, había un niño que me encantaba. Su cara, su cuerpo, todo era lindo. Jugaba al futbol y era bueno. Era inteligente y sacaba muy buenas calificaciones; casi tan buenas como las mías. Mi mamá era amiga de su mamá, así que podía pasar tiempo con él cada vez que nuestras madres se visitaban. Él se quedaba a dormir en mi casa de vez en cuando y yo en la suya también con cierta frecuencia.
Yo atesoraba cada minuto que pasaba con este niño. Sabía que él había tenido muchas novias y que cambiaba de novia cada semana o cada mes. Eso me hacía admirarlo. Era todo un galán.
Una de muchas veces que me fui a quedar a dormir a su casa, mientras dormíamos (cada quién en una cama diferente) me levanté, caminé hacia su cama y lo miré fijamente por unos segundos. Él notó mi mirada, con la luz apagada, abrió los ojos y me preguntó qué pasaba. Yo le dije que si quería ser mi mejor amigo. Él, que quería seguir durmiendo, se rió y dijo que sí, que me volviera a acostar.
Su amistad era lo más preciado para mí. Era como un beneficio del que yo no me sentía merecedor. Tenía que ser una amistad muy fuerte, sí. No podía ser otra cosa. Si bien yo pensaba que él era guapo, no era que me gustara. No. Definitivamente no era eso.
No, por supuesto que no, yo no podía ser gay. Después de todo, sí me gustaban las niñas. Quizás el que este niño me gustara era algo temporal. Algo pasajero. Él era un chico popular. Yo no. Yo era de los que sacaban buenas calificaciones; ñoño. Yo era de los aburridos. Eso era: admiración. Quería estar cerca de él porque él era popular.
A veces yo mismo me sentía menos porque pensaba que si la gente se daba cuenta de que lo que sentía por él podría interpretarse como algo más que admiración o cariño de amigos, él podría dejar de querer pasar tiempo conmigo.
Yo trataba de ser lo más normal posible con este niño, pero todos mis esfuerzos me hacían ser más raro. Por ejemplo, mi primer poema a ¨la amistad¨ lo escribí pensando en lo que sentía por él. Leí el poema el lunes más cercano al 14 de febrero, en el homenaje a la bandera, enfrente de toda la escuela secundaria (con mil alumnos).
No dije que tenía una dedicatoria, pero yo le había dicho a él, días antes, que le había escrito algo. Le grabé el poema en un casete, con música de fondo. Tenía Balada para Adelina, tocada por Richard Clayderman. Al casete le puse otras canciones que yo pensaba que iban a hacer que se viera menos raro. Las canciones eran del disco ¨Missing you¨. Le di el casete después de haber leído el poema enfrente de toda la escuela, en un momento privado, aparte, pero todavía dentro de las instalaciones de la escuela. Él me invitó a pasar el fin de semana en su casa.
Yo admiro a este niño por haber tolerado tantas cosas que hice tan raras al no saber ocultar lo que sentía por él, pero intentarlo con todas mis fuerzas. Si yo hubiera sido él, habría evitado mi presencia.
Mi enamoramiento duró años. Ello me impidió mirar a nadie más. No me gustaba ningún niño, ni ninguna niña. Yo sólo tenía ojos para él y al mismo tiempo seguía aferrándome a la posibilidad de que sólo él me gustara y ningún otro hombre. Aunque sabía que no era así. Sabía que no era una etapa.
Lo veía cada vez que podía. Lo celaba, pero trataba de disimular. Lo abrazaba cada que había oportunidad de hacerlo sin que fuera raro, para poder sentir su piel. Una vez nos quedamos dormidos viendo la tele y cuando desperté, pude acariciarle el cabello, mientras él dormía. En otra ocasión similar, desperté con su brazo sobre mi pecho. No podía creer que en sus sueños él me abrazara. Fue una experiencia tan linda, que nunca la voy a olvidar. Así como eso, me encantaba cuando nos subíamos a un coche y él me decía que me sentara junto a él.
El problema era que no era correspondido del modo en el que yo hubiese querido. Si él hubiera sentido hacia mí lo mismo que yo sentía por él y hubiésemos andado, quizás habría logrado validar mis sentimientos. El hecho de enamorarme de un niño heterosexual que era tan lindo conmigo, junto con el hecho de vivir en una sociedad machista y muchos otros elementos, me dejó en el clóset por muchos años más de los que yo creo que debería haber estado.
Cuando pasé a la preparatoria, se perdió el contacto con él. En parte me dolió, pero también en parte me dio gusto. Yo ya no sabía cómo sobrellevar lo que sentía por él . Prefería tenerlo como un fantasma en mi vida. Prefería estar solo, con la idea de él, que con él, sabiendo que no podía pasar nada entre nosotros.
Cuando estando en la preparatoria, él se mudó a otra ciudad, me llamó para decirme que se iba y que quería despedirse. Yo fui con mi hermano menor. Mi mamá me había prestado el coche. Poco recuerdo de la despedida. No tuvo ningún detalle especial. Lo que recuerdo es manejar de vuelta a casa, con mi hermano en el asiento de al lado.
Apenas me subí al auto, de vuelta a casa, después de haberme despedido, comencé a llorar a mares. Fue entonces que lo supe.
No sabía explicar lo que sentía. Mi hermano no podía creer lo que veía. Yo le pedí que no dijera nada y lo cumplió. No les dijo a mis padres. Apenas podía conducir. Las lágrimas no me dejaban ver. Tuve que detenerme. Lloraba como sólo he visto llorar a las madres que pierden a sus hijos en las películas y como sólo he llorado un par de veces en mi vida.
Yo no había visto a aquel niño en meses y el que estuviera en la misma ciudad que yo o no, no hacía la menor diferencia. Sin embargo, ahora que habíamos tenido formalmente una despedida, mis sentimientos habían experimentado al fin un rompimiento. Si bien no se rompía una relación, porque no había tal, era el simbolismo de que tenía que dejarlo ir de mi vida lo que hizo que todos los sentimientos se abalanzaran.
Nunca había sentido algo tan fuerte y no volvería a sentir algo así en mucho tiempo. Era como si alguien hubiese tomado unos fórceps con muchos ganchos afilados y me estuviera jalando el corazón lentamente, desgarrándome por dentro. Se iba el gran amor de mi vida hasta ese momento y no sabía qué hacer con lo que sentía.
Tardé muchos años más en poder ordenar mis sentimientos, y saber quién era realmente. Entre las creencias religiosas que me inculcaron mis padres y la presión social por no ser ¨del otro lado¨ no vine a salir del clóset ante mis padres sino hasta que tenía 22 años. Incluso entonces ellos me pidieron que fuera discreto.
Hoy el recuerdo de ese amor platónico de adolescencia es algo que me deja una sensación muy agradable por dentro. Todavía me lleno de vergüenza cada vez que recuerdo una de las decenas de cosas que hice para comportarme ¨normal¨ y al mismo tiempo demostrarle que lo quería, y que terminaban siendo rarísimas.
No he hablado con él en años. Una de las últimas veces que hablamos, le dije que era gay. Él automáticamente dijo ¨yo no¨, como si hubiera sido necesario aclarar esa parte. En otra plática le revelé que él había sido mi motivación en muchos aspectos de mi vida para ser una mejor persona. No me atreví a decirle que estuve enamorado de él.
Por mucho tiempo pensé que él habría sido mi pareja ideal. Fantaseaba con que él un día descubriera que era gay y que me amaba. Hoy me doy cuenta que era un sueño guajiro. Claro que todo era grandioso con él. Lo que había era una linda relación de amigos. Nada más. Todo lo romántico sucedía en mi cabeza. ¿Cómo no iba a ser perfecto?