Entonces lo supe
Meses más tarde, jugaba con uno de mis vecinos en la sala de mi casa. Mi vecino, seis años mayor, de pronto comenzó a jugar colocándose encima de mi, mientras me ponía boca abajo en el sillón. No podía moverme. sólo sentía su peso, su calor y sus movimientos sobre de mí. Era agradable. Entonces descubrí que me gustaba.
A los once años, jugaba mucho con dos de los hijos de la pareja que cuidaba nuestra casa. Nuestra casa, la casa de los vecinos y la de los cuidadores se encontraban en el mismo terreno, con entradas separadas, pero sin barda alguna que las dividiera. Me gustaba ir a casa de los niños. Eran pobres, pero compartían lo que tenían con nosotros. Su mamá hacía las tortillas con manteca y sal más ricas que haya conocido el Universo.Cuando jugábamos, nos metíamos bajo las sábanas y con frecuencia nuestros cuerpos se rozaban. Me gustaba sentir al mayor, tenía nueve años y su pene se ponia duro con facilidad. Me gustaba sentir como se rozaba, pero también me daba miedo intentar algo más. Era extraño, desconocido. Un día que mis papás se encontraban fuera, fuimos a mi casa y lo toqué todo. Le pedí que se pusiera sobre mí para sentirlo y me puse sobre de él para que me sintiera. Entonces lo viví.
Tenía quince años una tarde cuando, encerrado con uno de mis primos en su cuarto, iniciamos nuestra sesión de jugueteo erótico. Nuestros juegos habían comenzado un año antes, a mis catorce y duraron varios más, hasta mis veintiuno. Él era un año mayor que yo, guapo y con un cuerpo hermoso. Yo era muy delgado, con el cuerpo muy definido y mi gran chiste eran unos hermosos ojos cafés y una linda sonrisa. Se quitó la camisa, me quitó la mía. Intenté incorporarme de la cama y se apoyó en mis manos, impidiéndome moverme. Entonces me besó en la boca. Fué mi primer beso. Y sentí como algo explotaba en mi pecho. Y víví unos años entre el placer y la culpa.
En la Nochebuena del año que cumplí veintidós, estaba sentado en la recámara de mi abuela, la madre de mi madre, la mujer que más ha influido en mi vida. Habíamos ido, como muchos otros años, a pasar la Navidad a su casa. Le pedí permiso para hablar por teléfono con un amigo. Este amigo era mi novio, mi primer pareja. En la llamada no hubo palabras de amor, ni cariño. Sólo buenos deseos, la promesa de vernos pronto y saludos de él para mi abuela y de mi abuela para él. No le dije que un día antes había enfrentado a mis papás, confirmándoles que tenía novio. Después de dejar hablar a su dolor y que me dijeran lo mal que me iba a ir, mi papá me preguntó: "¿Y qué eres capaz de hacer por él?". Yo contesté: "Todo". Entonces comencé a ser libre.
Exactamanete un año después, mientras nos preparábamos para la cena sentados en la misma recámara, mi abuela me miró con sus ojos grises de tanto mirar y me preguntó: "¿Mijito, no le vas a hablar a tu amigo?". Entonces lo supe